Dios ha elegido hacerse esperar

Oh Dios, Tú elegiste hacerte esperar  en el tiempo de un Adviento.
No me gusta esperar en las filas.
No me gusta esperar mi turno.
No me gusta esperar al tren.
No me gusta esperar para juzgar.
No me gusta esperar el momento.
No me gusta esperar a otro día.
No me gusta esperar porque no tengo tiempo y solo vivo el momento.

Por cierto, sabes que todo está hecho para evitarme la espera: las tarjetas azules y los servicios libres, las ventas a crédito y los distribuidores automáticos, las llamadas telefónicas y las fotos instantáneas, los télex y los terminales de ordenador, la televisión y los flashes de radio… No necesito esperar las noticias, ellas me preceden.

Pero tú, oh Dios, elegiste quedarte esperando todo un Adviento.
Porque has hecho de la espera el espacio de la conversión, el cara a cara con lo oculto, el desgaste que no se desgasta.

La espera, sólo la espera, la espera de la espera, la intimidad con la espera que está en nosotros, porque sólo la espera despierta la atención y sólo la atención es capaz de amar.
Todo viene ya dado en espera, y para ti, Dios mío, esperar significa rezar.

del padre Jean Debruynne


40 días de Cuaresma y un pequeño test

Estamos en tiempo de Cuaresma. Conocemos todavía algunos días de riguroso invierno (frío, lluvia, viento…) y ya estamos invitados a volver nuestra mirada hacia la fiesta de la Pascua, asociada a la primavera.

Un camino hacia la luz de la Pascua.

La Pascua es, de verdad, el horizonte de nuestro caminar. Los cuarenta días de la Cuaresma son un camino que nos hace atravesar el desierto para abrirnos a la vida. El desierto nos hace pensar en lo que falta, en el ayuno, en alguna forma de privación, cuyo fin es orientar nuestros deseos hacia algo mejor. No se trata de «mortificarnos» sino, al contrario, de «vivificarnos», de beneficiarnos, creando en nosotros un hueco para recibir lo que solo Dios nos puede dar: su Vida en plenitud.
Para favorecer esta apertura al Don de Dios, cada uno puede buscar los medios que se adapten mejor a su situación, a su existencia concreta, a su vida de cada día. Así pues, ESTE medio no es un esfuerzo «extraordinario», sino que consiste en elegir en lo «ordinario» de la vida, por ejemplo, la relación con Dios en la oración, la lectura de la Palabra de Dios … o la relación con los demás – compartir, solidaridad, escucha, o la relación con lo que tenemos  –  ayuno de alimentos, bebidas, tabaco, Internet y ordenador, TV …
Para saber si el medio o «el esfuerzo» elegido para esta Cuaresma es bueno, haz un pequeño test :

¿ Este esfuerzo me vuelve menos desagradable con los que viven conmigo? ¿ Pone más paz y alegría en mi corazón?
Hno.  Jean-Yves Hamon

 

Año Nuevo: Bendición.

Bendecir, significa hablar bien o decir bien de alguien (bene-dicere). Bendecimos a Dios que nos da todo. Pero es Dios, sobre todo, quien nos bendice. La bendición está como el ABC de toda relación verdadera. Bendecir  debe ser la actitud básica de todo educador (padre, docente, animador). Los niños necesitan que sus padres y sus educadores les bendigan. A su vez, ellos se volverán hacia los adultos que confían en ellos, y en los que confían, palabras de bendición, de reconocimiento y de agradecimiento.

Para tener confianza en nosotros mismos y crecer, necesitamos ser bendecidos, oír palabras alentadoras que nos ayuden a vivir y a continuar el camino, a salvar los obstáculos y a superar las pruebas … Recordemos todas esas palabras que fueron para nosotros factor de desarrollo y de crecimiento … Al contrario, otras palabras nos hicieron daño, nos destruyeron, nos desanimaron …

En el evangelio de Marcos (10, 46-52), encontramos esta situación: ¡ Bartimeo, un mendigo ciego, está al borde del camino, fuera de la ruta ! … Jesús se dirige a él través de otras personas –  A Jesús le gustan los intermediarios: » Ten confianza, levántate, que te llama». Esta es una palabra de bendición, una palabra que le pone de pie, una palabra benévola (que quiere el bien) y  bienhechora ( que hace el bien ).

Dirijámonos unos a otros palabras de bendición. Actuando así, contribuimos al bienestar de los que viven con nosotros, y somos de verdad los niños de Dios a quienes no deja de bendecir… ¡ Nunca es demasiado tarde para comenzar !

Hno. Jean-Yves Hamon

En marche… !

Marcher, c’est déplacer notre pied d’un lieu connu, ferme et sûr, pour le poser un peu plus loin, c’est prendre appui alternativement sur la jambe droite puis sur la jambe gauche. C’est évident pour nous, nous n’y pensons pas… Et pourtant, observons un enfant qui risque ses premiers pas : au début, que d’efforts pour décoller sa jambe du sol et la projeter en avant ! Mais après quelques semaines de tâtonnements, d’hésitations, de chutes aussi, quelle fierté de pouvoir se déplacer avec une aisance toute relative…

De même lorsque nos décidons de partir à pied sur une longue distance, pour un pèlerinage, nous pouvons être partagés entre l’ivresse de l’aventure et la peur de l’inconnu. Nous hésitons… Rester sur place est tellement plus confortable, mais nous pressentons que la vie est en avant !

Partir sur la route, c’est laisser derrière nous ce qui nous encombre, ce qui est lourd, inutile, superflu : alléger notre sac permet d’avoir l’esprit et le cœur légers… Partir, c’est aussi quitter, pour un temps, parents et amis, pour nous risquer à devenir nous-mêmes, à exister par nous-mêmes… C’est choisir de tracer notre propre chemin, d’aller seuls, même si nous marchons à plusieurs, car pour chacun l’expérience est unique…

Seuls, mais pas solitaires, car accompagnés, conduits, poussés par l’Esprit, sur des chemins toujours nouveaux, où il nous devance… L’Esprit en effet aime ces moments de disponibilité, de calme, de gratuité, pour inspirer ceux qui lui font confiance, ceux qui vont là où ils nous voulaient peut-être pas aller…

Prendre la route, c’est sortir de chez nous, sortir de nous-mêmes, pour aller à la rencontre des autres différents, de ceux qui cheminent comme nous, animés par le désir d’aller voir ailleurs, et de ceux qui vivent dans les villes et villages que nous traversons… C’est savoir nous arrêter pour saluer, pour dire une parole de salut, de bienveillance, pour faire conversation, pour écouter, pour partager, recevoir et donner.

Marcher, c’est avancer, non seulement avec nos pieds, mais aussi avec notre tête et notre cœur ; nos pensées, elles aussi, cheminent. La marche est souvent propice à la réflexion, à la méditation, à la contemplation, à la relecture de vie, à la préparation d’une décision… Marcher c’est se projeter vers l’avant…

Marcher, c’est aller quelque part, avoir une destination, tendre vers un but… et c’est souvent trouver autre chose que ce que nous avions imaginé au départ… Au fond, n’est-ce pas chercher Dieu… l’Autre par excellence, qui toujours nous échappe et nous invite à le chercher encore ?…

C’est enfin, comme les mages, regagner notre pays par un autre chemin, car la route nous a transformés, creusés, libérés.

F. Jean Yves Hamon

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